El periódico describe al extrovertido minero como el líder del grupo y destaca el ímpetu que mostró al ser liberado del cautiverio, cuando salió de la cápsula sin contener gritos de alegría y abrazando a todo el que se le cruzó por delante. Sin embargo, dice el artículo, esas reacciones escondían abrumadoras sensaciones por la pesadilla que vivió.
Sepúlveda dice que junto a sus compañeros sintió “temor a morir de hambre en su tumba subterránea” y que él estaba rompiendo el pacto de silencio que había acordado el grupo, porque cree que hay ciertas verdades de lo vivido que necesita contar. "Quiero que el mundo sepa la verdad sobre lo que pasó ahí. Fuimos tragados en las entrañas del infierno, pero hemos vuelto a nacer y ahora siento que es mi deber decir lo que pasó”, se lee en el artículo.
Entre sus revelaciones está que el famoso papel con el mensaje “Estamos bien en el refugio, los 33” fue escrito cuando los mineros ya habían perdido las esperanzas de que los encontraran vivos.
Dijo que habían pasado 15 días sin que sintieran ruidos que indicaran un rescate, y que dos días después oyeron una perforación a la distancia, pero ésta se detuvo. En ese momento, dice, creyeron que arriba habían dado por terminada la búsqueda y que morirían allí. Luego, la perforación se reinició y comenzaron a desprenderse algunas piedras, señales hicieron estallar en alegría al grupo hasta el punto de ponerlos a bailar.
Sobre el momento del derrumbe, la tarde del 5 de agosto, dice que él no lo advirtió de inmediato. Cuando ocurrió aún estaba con tapones en los oídos, porque justo antes había manejado una excavadora, y sólo se dio cuenta cuando vio una densa nube de polvo que invadió el túnel. En ese momento sólo pensó en su familia, en Dios y luego contuvo la respiración.
Luego, dice que él fue uno de los que intentaron buscar una vía de escape en la desesperación por salir. Caminó por horas en la mina, llegó al lugar donde se produjo la caída de la roca y se dio cuenta que no podrían salir. Después encontró una chimenea de ventilación por la que subió.
Todo estaba oscuro y sabía que debía haber habido una escalera allí, pero la verdad es que nunca la hubo. Las paredes de la chimenea estaban reblandecidas y mientras trepaba las rocas comenzaron a caerle en la cara. Más tarde se daría cuenta que sangraba por las que lo golpearon en la boca y los dientes.
El derrumbe de piedras lo obligó a salir, pero alcanzó a ver que arriba todo estaba tapado y un escape por ese lugar era sencillamente imposible.
Luego, el minero se explaya sobre los días del encierro y dice que cuando notaban que algunos de los mineros comenzaban a caer en la depresión contaban chistes para mantener el ánimo en alto. Cuando a él le pasaba, salía a caminar para que no lo vieran llorar.
Sobre el liderazgo en la mina, Sepúlveda no se casa con ninguna de las dos versiones que han circulado. La oficial pone a Luis Urzúa como figura clave, y una reciente de Yonni Barrios lo sindica a él como el verdadero líder. Sepúlveda prefiere hablar de “una organización en equipos” y que los mineros más viejos apañaban a los más jóvenes en los momentos de crisis y miedo.
Respecto a lo que comían, corroboró que subsistieron gracias a latas de atún y que debieron beber agua que se utilizaba en las faenas de la mina, pese a saber que estaba contaminada. Esa misma agua, y la que escurría por las rocas, era la que utilizaban para bañarse con una taza, la que un compañero vertía sobre otro.
Sepúlveda dice que su motivación para primero buscar escapar y luego mantener la fe en un rescate, era el pensamiento que sus hijos podrían quedar sin padre ni educación si él no salía de allí.
El artículo está acompañado por fotos de Sepúlveda con su familia en los días en que estuvo en el hospital, y por otras de su archivo familiar.
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