miércoles, 24 de junio de 2009

La chica que bebía gasolina


Era sencilla, natural. Practicaba una cortesía algo atípica para estar en 1920. Pero así era ella. Elisabetta, conocida como Betta, no dejaba de sorprender cada vez que algún amigo, conocido o anónimo viandante, se la cruzaba por la acera impar de la Avenida Salander. Siempre de pie. Y esperando a que alguien le pidiera, por favor, 'un algo de fueguito' para encender un pitillo. En esa ciudad y en ese año, nadie era detenido por fumar en la calle. En el 21 todo cambió. Las trenas se llenaron de fumadores compulsivos. Pero eso es otra historia.

De hecho, algunas compañeras de oficina de Betta, fumaban como auténticos mineros del norte. Betta, era telefonista del turno de noche. Atendía las llamadas que se hacían desde la otra costa en HN, la marca mundialmente conocida de automóviles. Y ella, disfrutaba tanto de su trabajo diurno como nocturno. Para hablar de coches siempre tenía tiempo. Sin embargo, además, jugaba con ventaja: en la fábrica era muy bien considerada. El Jefe Jackson la llamaba con frecuencia -unas veces por teléfono y otras a su propio despacho-, para saber qué mezcla era la mejor para usar en los nuevos motores. JJ decía, cuando se emborrachaba, que los besos de Betta eran -sabían- de forma indiscutiblemente distintos.

Ella era una experta. Siempre que le daba un trago a la botella, escupía llamaradas de varios metros. Era la atracción de la acera impar de la Avenida Salander. La llamaban la chica que se bebía la gasolina.

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