La sociedad venezolana, que lucía adormecida hasta hace poco tiempo, empieza a dar señales de movimientos y cambios profundos. Se mueven los cimientos del poder. El Presidente falla estrepitosamente en su habilidad de otear hacia dónde sopla el viento. Los sindicalistas de oposición se sientan hombro con hombro con sus homónimos del Gobierno. La consigna es una sola: contratación colectiva.
El comandante arremete con furia desmedida contra los trabajadores. Los acusa, los acorrala, los amenaza, los humilla. Las enseñanzas del viejo Marx sobre el poder demoledor de la clase obrera toman cuerpo en la realidad. Ya no son los "hijos de mamá y papá" los estudiantes manos blancas que enarbolan el disgusto nacional por las arbitrariedades del poder supremo, por allí anda el fantasma laboral.
El Presidente se enreda con sus posibles contendores.
Le ofrece cárcel a Rosales.
Quiere liquidar a Manuit.
Manda sus secuaces a aprobar leyes que despojen a Ledezma y a Capriles de recursos financieros. Se inventa una vicepresidencia caraqueña en clara burla a la negativa de la reforma constitucional que la contemplaba. Son inequívocas señales de Belcebú.
Se opone a la vía de contraflujo en la vía GuatireCaracas y una poblada, curiosamente parecida a la ocurrida en el año 89, se alza puño en alto, desafiando a la Guardia Nacional. Al final triunfa la razón y Diosdado, el enviado de turno, sale con el rabo entre las piernas con la más descomunal derrota popular que le han propiciado a los rojos rojitos. No es descabellado pensar que si el Gobierno no hubiese reconocido su metida de pata el alzamiento popular pudo haber encendido una llama incontrolable.
La corrupción hace su agosto. El penoso itinerario de ir colocando primeras piedras ya es un motivo de chiste nacional. El Metro de Los Teques, el de Valencia, el de Guarenas-Guatire y el de Maracaibo se paralizan dado que en la Tesorería no hay dinero. El ministro de Finanzas informa a todo el sector público que establezcan sus prioridades de pago dado que el presupuesto tiene un túnel de 50 mil millones de dólares.
Nuevas señales del averno.
Se cae el cielo a pedazos y el mandamás contempla paralizado cómo se van enredando las cosas. Se niega a ver la realidad. La violencia crece como mala hierba. Los secuestros en Lara, Guárico y Barinas son obscenos.
A cada rato mueren policías en manos de la delincuencia. Quiere expropiar medio mundo. Hay escasez.
Las trompadas ocupan el lugar de los debates. El Consejo Metropolitano de Políticas Públicas y la Universidad Simón Rodríguez se tornan en simples escenarios de batallas campales.
Ordenan la captura del jefe de La Piedrita como treta bufa para "suavizar" el mensaje electoral. Declaran una persecución mundial contra Nixon Moreno.
Las denuncias de corrupción de funcionarios en el caso del maletín y de la Siemens son escondidas vergonzosamente bajo la alfombra impúdica del Ministerio Público. Prominentes figuras del régimen aparecen en los listados de clientes de Standford, de los 8 mil millones de dólares, 3.000 millones provienen de Venezuela.
El mundo militar se sorprende con los cambios.
Los moderados como José Vicente Rangel y Müller Rojas son echados de un lado. Los radicales toman nuevos ministerios. Las señales endemoniadas aumentan. Señalan. Anticipan. Se crea peligrosamente un vacío. Va en rodada.
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